La operación de Alberto
Alberto es un niño de 12 años apasionado del deporte. Le encanta jugar al pádel, al fútbol, salir con la bici los sábados a hacer rutas con sus padres y también con algún amigo. Un domingo por la mañana salió corriendo de casa para ir a jugar con sus amigos y decidió bajar por las escaleras, pero no se dio cuenta de que tenía los cordones fuera de sus zapatillas, resbaló y rodó escaleras abajo.
Al minuto escuchó la puerta y a su madre bajar corriendo por las escaleras. Él pudo levantarse con total normalidad y tras subir a casa y ser revisado por mamá se fue a jugar con sus amigos. Nada más empezar el partido de fútbol supo que algo no andaba bien. Sentía como su rodilla se hinchaba un poco y como parecía haber algo que bloqueaba sus patadas y sus carreras en el campo. Al poco tiempo tuvo que decir a sus amigos lo que sucedía e irse para casa.
Al día siguiente fueron al médico y Alberto no se esperaba lo que le iban a decir, se había roto un trocito de su rótula, la parte que controla el movimiento y tendrían que quitárselo en una pequeña operación. Alberto salió del médico y se echó a llorar, todo era horrible, perdería el curso, no podría hacer deporte en una buena temporada. Su padre le explicó que la operación no era para tanto, que estaría un mes en casa nada más.
La operación llegó y Alberto salió del hospital con sus dos muletas. Los días en casa fueron muy aburridos, a veces cuando tenía que ir al cole pensaba lo bueno que sería tener algo de fiebre y quedarse en casa pero ahora que no iba al cole solo pensaba en que sus amigos estarían corriendo por el patio y él no, que tendría que estudiar más y hacer más deberes para poder seguir el temario y que se estaría perdiendo las nuevas bromas de sus amigos.
Poco a poco los días fueron pasando e intentar quitar las muletas le costó mucho esfuerzo pero puso todo el empeño, perdiendo el miedo a que su pierna ‘se estropeara’, el miedo a caer, y olvidando el dolor pensando en las ganas que tenía de andar en bicicleta.
Pasó un mes y ya pudo volver a ir a clase, todavía tuvo que esperar para poder hacer deporte, pero Alberto era diferente, ya no se quejaba por hacer su cama, ahora se sentía orgulloso por poder hacerla él solo, agradecía a sus padres las cosas pues habían estado todo el tiempo pendiente de él y valoró a los amigos que le habían ido a ver y se dio cuenta de los que no lo eran. Al final lo más importante no era lo que costaba esfuerzo sino lo que se conseguía con ello.