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La gran final

AutorEva María Rodríguez

Edades: A partir de 8 años

Valores: respeto, honestidad, deportividad

Adam y Jon eran compañeros de colegio desde el primer curso. Siempre habían sido buenos amigos, jugaban juntos al fútbol y se lo pasaban muy bien. Adam era un excelente deportista; sin embargo, Jon era bastante torpe en los deportes, aunque le daba lo mismo, y pese a eso siempre aceptaba jugar con Adam, aunque perdiera siempre.

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A Adam esto de ganar siempre le empezó a gustar. Así que entrenaba muy duro para que nadie le venciera. Pero empezó a tomarse los partidos muy en serio y cambio mucho; tanto que, cuando jugaban en equipo, jugaba sucio haciendo muchas faltas y trampas para ganar siempre. A Adam ya no le gustaba jugar con Jon.

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- ¿Puedo jugar en tu equipo Adam?- No Jon, eres demasiado malo. Mejor sigue jugando en tu equipo, así es más fácil ganar el partido.

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A Jon le dolían las palabras de su antiguo amigo pero pese a eso él seguía jugando y esforzándose por superar sus limitaciones.

Un día llegó al colegio la noticia de que iban a competir en el campeonato nacional de jóvenes futbolistas. Pero solo podía ir un equipo representando a cada colegio. Al final, como en los dos equipos había buenos jugadores decidieron unirse para el campeonato. Adam fue elegido capitán y enseñó a sus compañeros todas sus estrategias y sus trampas para ganar. Y así, jugando sucio, es cómo ganaron todos los partidos hasta que llegó el día de la gran final.

 

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Como era de esperar, Jon se pasó todos los partidos en el banquillo. Pero lo que no esperaba nadie es que el equipo contra el que iban a jugar la final hiciera más trampas y jugara más sucio que el equipo de Adam. Nada más empezar, se lanzaron sobre el tobillo del capitán para lesionarlo y que no pudiera jugar más.

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- ¡Qué vamos a hacer! -se lamentaban todos.

- Sin Adam no somos nada, perderemos seguro -decía uno.

- Mejor será que nos rindamos ahora, antes de que nos lesionemos todos -decía otro.

- ¡Ni hablar! -Jon se levantó con la intención de no permitir que se retiraran.

- ¿Qué dices? -le dijo Adam con desprecio-. ¿No has visto lo que me han hecho? ¡Son unos tramposos!

- Pero no más que tú -dijo Jon. - Tal vez sean más brutos y más despiadados, eso sí. Pero tengo una idea.

Jon les explicó las estrategias que seguía para evitar los golpes y las trampas cuando jugaba contra Adam y les animó a jugar para demostrarles que nadie podía asustarles.

- Está bien, jugad -dijo Adam -. Pero si Jon es tan listo, que sea el capitán -añadió con burla.

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Todos aceptaron y jugaron el partido mientras Adam se reía del fracaso de sus compañeros, que no metían gol ni en propia puerta. Cuando el equipo contrario vio el esfuerzo que estaban haciendo por jugar limpio decidieron hacer lo mismo ellos también.

Fue un partido alucinante, de esos que pasan a la historia. Y cuando terminó el partido todos se sintieron muy orgullosos, incluso el equipo de Jon, que perdió por goleada.

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- ¿Por qué estáis tan contentos? -preguntó Adam. -¡Habéis perdido! ¡Sois el hazmereir de todo el país!

- No Adam, te equivocas -dijo Jon -. Hemos demostrado que es posible jugar limpio y hemos conseguido también que nuestros rivales nos respeten y acepten jugar limpio por decisión propia. Además, hemos disfrutado muchísimo, porque no nos hemos preocupado tanto por ganar como haces tú, sino por ofrecer un buen juego.

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Adam aprendió la lección y se disculpó con Jon, que le perdonó de inmediato. Y todos juntos se fueron cantando: “Hemos perdido, hemos perdido, pero nos hemos divertido”.

¿Qué hemos aprendido?

Aunque ganar es divertido, NO es lo más importante, especialmente cuando se juega con amigos. El propio juego puede resultar tanto o más divertido si se juega sin trampas, con deportividad, honestidad, y sobre todo, respetando a los compañeros y compañeras (aunque no sean muy buenos como le ocurre al personaje de Jon) y también a nuestros rivales.

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